Capítulo 1

El silencio era agobiante, la oscuridad, también.

Algo malo estaba pasando, no aquí, tampoco allí, sino lejos, muy lejos. Algo malo, más tenebroso incluso que la oscuridad misma. Me llegó entonces a la cabeza  el rostro de aquella persona afectada.

La palmada de nuestro maestro me despertó.

Y olvidé. Tan cerca me había encontrado de descubrir lo que pasaba, todo terminó con la clase de karate.

Ahora, a los vestuarios a cambiarnos.

Entré, por cierto, la última. Como siempre.

Y al llegar, me encontré mi móvil sonando y a mis compañeras terminadas ya de cambiar.

Me acurruqué en un rincón para no molestar dando la espalda a las demás.  Sus voces retumbaban en mis oídos a pesar de ser estas cuchicheadas. “será su novio, seguro” y blah blah blah…

Me sorprendí al comprobar el desconocido número de teléfono.

  •   ¿Dígame?

Su voz, como esperaba, no me era conocida… no en aquel momento. Pero sonaba nerviosa, indicándome que traía malas noticias.

Lo que escuché a través de la oreja solo yo lo sabía, nadie más lo sabría a partir de aquel momento.

Lo que vieron mis compañeras de karate fue únicamente la caída repentina de mi móvil, rompiéndose de este la pantalla, tras oírse la desconocida voz de un hombre “lo sentimos”.

 

Tres semanas después

Quedé con mi mejor amiga, Sam, para ir de compras, tiempo después de la catástrofe. El terrible accidente de mi hermano mayor, en la que falleció.

Las lágrimas no se habían apoderado de mí hasta entonces, la propia confusión me lo impedía, además, de que serviría llorar,  de nada. Absolutamente de nada.

Tres semanas sin despertar de la ilusión que mi mente había formado, de que volvería a verlo. Lo esperaría… tenía que volverlo a ver. A mi hermano.

Él había sido el líder de nuestra banda de música, el que mantenía la autoestima alta, el que siempre la llevaba consigo, alegría era lo único que desprendía su aura.

Era bueno conmigo, lo había sido con todo el mundo.

 

Alcancé el aula de música, pues debía avisar a mis compañeros de la banda que aquella tarde no acudiría al ensayo, me iba a tomar aire fresco, a relajarme mirando ropa, en compañía.

Subí las escaleras y me encontré con la escena de siempre, una puerta repleta de grafitis que llevaba a la buhardilla del edificio (nuestra supuesta aula de música), medio estropeada, carcomida.

Apreté la manecilla haciendo ademán de abrir la puerta, encontrándome después en baldosa sucia, balcones que mostraban espectaculares vistas de la ciudad.

Una melodía dulce y triste surcaba el cielo azul, sin nubes.

La primera composición de mi hermano. La melodía sin nombre.

Afiné los oídos para escucharla mejor, para envolverme en su perfumadora presencia, contagiándome así las penas que traía desde su caja instrumental. Disfrutando del momento, así me encontró la mirada alegre de mi hermano.

Desperté entonces, en aquel  momento.  Maldecí la cabezonería que me había mantenido engañada. Mi hermano nunca jamás volvería, nunca volvería a ver sus ojos de brillo dorado, donador de la felicidad más consistente.

El despertar fue duro, trayéndome consigo el dolor que tanto tiempo había estado guardando en mi interior, acurrucado en lo más profundo de mi ser engañado. Aquel era el momento de desahogarme, y no iba a desaprovechar la ocasión.

Me desahogué, grité fastidiando mi frágil garganta, pero no me importó, me deslizaba al suelo manchándome mi vestido, no me importó.

Había prometido no llorar, ¿pero a quién?, a mi hermano, ¿y por qué?, porque no serviría de nada.

Mandé todas aquellas tonterías a la mierda.

Me sentí débil, pero libre, triste pero desahogada, eso era lo que yo sentía, lo que había estado ocultando.

Las lágrimas brotaron de mis ojos, agua de agonía, de tristeza, ¿por qué seguir manteniéndola?

Una melodía triste había parado de sonar de repente, sustituida por pasos rápidos de personas, de mis compañeros de clase.

Tirada en el suelo, retorciéndome, apretando los barrotes del balcón, gritando y llorando, así me encontraron mis amigos. Lo sabían, conocían correctamente el porqué de aquella angustia, de aquel dolor. Pero no quisieron sacar el tema, ninguno de ellos, ni siquiera mencionar la palabra hermano.

Me ayudaron a levantarme y me jugué las lágrimas, riéndome tontamente, sin sentido, indicando, que estaba bien, que no se preocuparan por mí.

Posteriormente les di la noticia de que no asistiría a clase, les deseé suerte en el ensayo, y me marché. Simplemente, di media vuelta y me marché.

Me reuní con Sam en la parada del autobús, al que subimos en cuanto llegó, camino del centro comercial.

La tarde pasó rápido, incansable, con energía de parte nuestra. Era evidente lo que hicimos, mirar y mirar tiendas, entrar en algunas, comprar en algunas ocasiones. Por un momento creí la noción de mi hermano olvidado, pero no, aún seguía allí, en mi interior. Tenía que olvidarla, quería olvidarla… su mirada. Necesitaba olvidarlo para poder disfrutar, tranquila, de la larga vida que me esperaba por delante.

Pues solo tenía 14 años.

¿Y qué? Mi hermano no había llegado ni a los 17. Después de todo… la vida puede que no sea tan larga.

Iba a llorar de nuevo, estaba a punto, pero Sam me apretó fuertemente y de repente las muñecas, mirándola yo instantáneamente suplicando un porqué.

El cual lo encontré en una persona que estaba a punto de cruzarnos. Un chico, para ser más precisos. Lo reconocí al instante, quedándome helada.

Y no, no era mi hermano, sino otra persona. Exactamente, Kike Polok, el cantante de pop juvenil que había causado la locura en todas las adolescentes de medio mundo, incluyendo en este grupo, las jóvenes de nuestro país. Una estrella de la que se habían escrito inicialmente, exclusivas en periódicos y revistas, clubs de fans en internet, llegando al punto de la venta de libros en cuyo interior su biografía figuraba u otros con poemas que el joven componía, poesía con un talento increíble, amorosas y agradables, otras tristes, alcanzándose en  todas ellas la mismísima dulzura. Hablando de un joven de unos quince años, todo el alboroto que ha causado, parecía algo difícil de creer.

Pero es así, y viviendo en la otra punta del océano, parece imposible, pero nos cruzamos con él, en una callejuela poco conocida de nuestra humilde  ciudad, igual de popular.

Así que la joven estrella pasó por delante de nuestras narices, vigilado por nuestra embobada mirada, sin perderlo de vista. Cuando hubo desaparecido en las sombras de otra calle estrecha y sin carretera, nos giramos, al mismo tiempo, diciendo a unísono:

  •  ¡¡¡Era Kike Polok!!!- contestándonos de igual modo-¡¡¡parece que sí!!!

Me fijé entonces en un pequeño detalle, pequeño, pero muy grande.

¿Dónde estaban los fans?

Seguimos caminando, en dirección opuesta a la que se había ido el chico, encontrándonos más tarde un grupo de gente normal, jóvenes en mayoría, junto con cámaras de televisión, entrevistadores...

Íbamos a preguntar  por qué tanto barullo, pero justo entonces escuchamos la propia voz de Kike Polok.

  •   Gracias a todos por acogerme en este país. Ya sabéis que he venido hasta a aquí para disfrutar de unas agradables vacaciones, que tanto me hacen falta tras haber estado cantando muchísimo tiempo, además quiero introducirme en mi antiguo mundillo de estudiante normal, por lo que acudiré todos los días a un instituto, que en este caso  ha sido elegido el IES Fernando Clainete. Os pido por favor que me tratéis como un alumno normal, porque siempre he sido así. Gracias y nos veremos.

Y siguió hablando y farfullando, y se fue poco a poco llevándose a la peña consigo.

Nos quedamos petrificadas ante las palabras que habían salido de la boca de aquel famoso…

Aquel instituto… era el nuestro…

¡Un famoso iba a estudiar a nuestro instituto!